Esta mañana en miles de colegios españoles han tenido lugar diversas actuaciones navideñas de los niños. El colegio de mi hija no ha sido una excepción y allí ha acudido su orgulloso padre provisto de cámara de vídeo, cámara de fotos, trípode y media docena de tarjetas de memoria.
Las inclemencias del tiempo han provocado que la actuación tuviera lugar en el gimnasio del colegio, sin espacio para montar el trípode, y sin espacio para que entraran más que los familiares de cada curso que estaba actuando. Cámara en mano he conseguido recoger la actuación de mi hija y mi sobrina, que van al mismo curso. En la salida les he tomado unas fotos rápidas y las he compartido vía Whatsapp con la familia, ávida de noticias sobre el evento.
En ése momento me he sentido un poco… no sé, una mezcla entre ansioso, impaciente y bloqueado. Si hubiera grabado la actuación con el iPhone 5S, en algún descanso del trabajo hubiera sacado tiempo para hacer el montaje con iMovie en el propio teléfono, publicarlo en Vimeo y mandar el enlace a la familia. Usar la cámara de vídeo (una Panasonic 1080p muy maja que compré en 2008 en New York) me supone tener que esperar a llegar a casa, volcar el vídeo en el Mac y hacer ahí todo el montaje, en iMovie para OS X. Por un momento he sentido que todo ese proceso era como muy de 2010, si me permitís el esnobismo.
Mi lamento tiene por otro lado poca razón de ser; la familia puede perfectamente esperar a esta tarde o mañana para ver el vídeo y además, dadas las circunstancias de batalla campal que se han dado en la actuación, sin el zoom óptico de la cámara de vídeo hubiera sido literalmente IMPOSIBLE grabar en condiciones, tomando en detalle tanto a mi hija como a mi sobrina.
De momento estoy dispuesto a cambiar inmediatez por optimización técnica, pero me parece que cada vez se me van a dan menos circunstancias en las que pagar dicho precio merezca realmente la pena.